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M.F/ El papel y los productos químicos utilizados en su fabricación, las tintas empleadas en la impresión y el pegamento de la encuadernación. Así de sencillo. La combinación de estos tres elementos forman el peculiar aroma de los libros nuevos.

Muy pocos han sabido con qué comparar el olor que desprenden los libros nuevos nada más abrirlos. Y es que, aunque seamos perfectamente capaces de identificarlo, no todos los libros nuevos huelen igual ya que hay otros componentes químicos -como el que se le añade a las páginas para conseguir tonos más blancos- que influyen en la variación del olor.

Uno de esos componentes y, digamos que el más influyente, se llama lignina -un elemento fundamental de la madera que ayuda a que los árboles se mantengan firmes y erguidos-.

La lignina también se oxida con el tiempo; lo que hace que las páginas adquieran un tono más amarrillento y desprendan más olor. Es el característico de los libros más «viejos» y también suele gustar, sobre todo a los fanáticos de la lectura.



El olor «a nuevo» es embriagador, capaz de hipnotizar a todo aquel que lo abra. Los lectores empedernidos confiesan que les resulta placentero ya que, nada más abrirlo, se reactivan sus sentidos, relacionando esa sensación de placer de leer con la de descubrir una nueva historia en la que sumergirse.

Tampoco hay que ser un fanático de la lectura, los libros de texto de los estudiantes también desprenden ese olor tan característico. Confiésenlo, ¿quién se ha resistido a no recrearse «metiendo la nariz» en las páginas de un libro nuevo para disfrutar de su olor?

 

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