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Bebidas energéticas, las preferidas por los jóvenes pero las más nocivas para la salud

M.F./ El consumo de bebidas energéticas entre los adolescentes de todo el mundo está en aumento, sobre todo en aquellos que son más propensos a la depresión y que suelen adoptar conductas de riesgo. El mayor problema de este tipo de bebidas está en su alto contenido en cafeína que, de ser consumidas en exceso –más de una vez al mes, según el 20% de los adolescentes encuestados para un estudio- puede derivar en problemas de salud como presión arterial elevada, aumento de peso, ansiedad, insomnio y, raras veces, la muerte.

Las bebidas energéticas tardaron en llegar a Europa (1987) desde que se crearan en Japón en 1960. Sin embargo, actualmente está viviendo su máximo esplendor desde 2006, habiéndose creado hasta 500 nuevas marcas desde entonces hasta ahora.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) muestra su preocupación, sobre todo, por el tipo de campañas publicitarias que utilizan para anunciar este producto, vendiéndolo como una bebida para el rendimiento deportivo. De hecho, “en Europa, un estudio observó que el 41% de los adolescentes consumían bebidas energéticas para realizar ejercicio”.  Sin embargo, para ellos, el consumo va más encaminado a mezclar este tipo de bebidas con alcohol, una combinación peligrosa ya que puede hacer que tengan comportamientos de riesgo como practicar sexo sin protección, meterse en peleas o conducir sin cinturón de seguridad.

El papel de los padres

Un estudio elaborado en 2013 por parte de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria concluía que un 30% de los adultos, entre 18 y 65 años, consume este tipo de bebidas al menos una vez al año; y un 12% de los adolescentes, había ingerido un litro en tan sólo un día.

La gran popularidad de estas bebidas puede deberse – según investigadores de un estudio de Medicina Preventiva-, en parte, al desconocimiento de los padres no saber identificar la diferencia entre una bebida gaseosa y una bebida energética. Este estudio también dio como conclusión que el mayor o menor consumo de estas bebidas venía influenciado por el tipo de educación recibida en el entorno; así pues, si el menor había sido criado por una figura monoparental, tendría, probablemente, mayor posibilidad de consumir este tipo de bebidas frente a los menores educados en familias más sólidamente estructuradas.